jueves, 12 de abril de 2012

Los Grandes Espacios


Los Grandes Espacios
Miguel Antonio Guevara

“El hombre actual está perdiendo hasta el recuerdo de las estrellas; ya no saba nada de fauna, de flores, ni de meteoros”.
Marc de Civrieux

            Ayer y hoy he vivido la biblioteca de Babel. Sí, esa misma que proyectó Borges en El Jardín de los senderos que se bifurcan, por allá en el año 1941. Ese universo bibliográfico lo encontré en La Mucuy baja, cruzando las puertas de la Quinta Wanadi, entre las hermosas montañas cercanas a la ciudad de Mérida. Marc de Civrieux, incansable investigador, viajero infatigable de la lengua secreta del Watunna, maestro eterno del mito, nacido en Francia y quien llega a nuestro país en 1939 para quedarse; nos ha legado Los Grandes Espacios, biblioteca compuesta por “más de  9.500 volúmenes sobre la historia material y espiritual de la humanidad, etnología, mitología, religión, ciencias naturales, astronomía, incluyendo, claro, a Venezuela y América. Esta colección fue pacientemente recopilada y clasificada bajo el propósito de impulsar la investigación a partir de una visión humanística, coherente y profunda del mito y la historia”, palabras armadas por su compañera Gisela Barrios en un texto incluído en el homenaje que lleva por nombre El hombre que vino del Orinoco (CONAC, 2000).  Parece un sueño el hecho de encuentrarme escribiendo el artículo que lees en estos espacios, rodeado de miles de tomos convertidos en acervo cultural de la humanidad, años de esfuerzos de parte del maestro Civrieux, su compañera e investigadores, poetas, y amigos. Una vez leí del poeta Luis Alberto Crespo que una biblioteca era el sostén de una casa, a buen ejercicio de la imaginación ver como se sostiene ésta.
            Aún tras el vórtice postmoderno y las alzadas voces del apocalipsis de la cultura del libro y la agitada sociedad de consumo, seguimos encontrando en estos espacios la luz que es capaz de seguir transformando a la humanidad; la luz del conocimiento, que sumado a la libertad de ejercerlo, nos ofrece el más amplio espectro de oportunidades para seguir transformando nuestra sociedad, contagiando del brío humanista nuestras voluntades, fijándonos en el imaginario de la palabra, pesada, medida, vivida y documentada para la oportunidad de los otros, de la comunidad, del colectivo, en ese reconocimiento constante de los ejercicios especulativos y de la imaginación, a través de la ciencia y el arte; formas que bien están configuradas en el mito, pulso y botón evocador, dimensionador de los grandes haceres del maestro Marc de Civrieux.
            Gisela Barrios de Civrieux me comentó que gracias al centro de la diversidad cultural, de la mano de Benito Irady, se encuentra el portal web http://www.losgrandesespacios.com.ve/  disponible para todos, para aquellos que no se encuentran en La Mucuy Baja puedan disfrutar de su gran obra y legado, del viajero infatigable de la lengua secreta del Watunna, Marc de Civrieux, El hombre que vino del Orinoco.

viernes, 2 de marzo de 2012

EL HABLA DEL MAESTRO

Uno debe vivir el mito; experimentarlo en el ambiente
natural de la gente que todavía lo posee.
Jean Marc de Civrieux.

De muy joven escuché hablar de Jean Marc de Civrieux, no sé sí por el interés para ese entonces hacia las culturas indígenas y mi relación con ellas o más bien por una búsqueda de un referente mágico religioso. Quizá realmente fue a través de la poesía que llegué a sus libros, leyendo a Eliade, Huxley, Gurdieff y finalmente a quién veo como un afín de su personalidad, me refiero al maestro y poeta Robert Graves, en Europa. Extraño no, suena raro decirlo, pero Marcos pertenece más a este lado del planeta que cualquier otro maestro. Su firmeza afincada en estas tierras las sentimos en sus libros. Sólo que Marcos trasciende la mera geografía por su pensamiento plural adquirido durante largos años de estudio y búsqueda del Logos, hurgando en mitos universales, haciendo posible una cosmogonía propia del mito Marcos nació en Niza (1919) un pueblo al sur de Francia que alguna vez perteneció a Italia. Desde joven vino para quedarse, ahondando en nuestras propias raíces y en ellas encontró un largo camino hacia el universo, por ello he advertido anteriormente lo que podemos apreciar en esa especie de Biblioteca de Babel que atesora tan fielmente Gisela, su compañera de la vida. Cuando atravesamos el umbral de un espacio sagrado como su biblioteca sentimos encontrarnos ante un hermeneuta que tiene la explicación de este mundo y de los otros mundos, allí en esos anaqueles que más bien parecen palíndromos indescifrable para nuestro breve paso por estos días. Desde el génesis o los génesis del hombre, desde la Atlántida a la misteriosa India, los Celtas y los Druidas, la Orinoquia explayada en un vasto sin fin de libros, objetos, reliquias para cualquier etnólogo, estudiante o curioso de arquetipos de culturas perdidas en nuestra memoria. Si leemos alguna biografía de Robert Graves nos toparemos con datos curiosos de esa afinidad que ambos personajes presentan a la hora de cotejar sus vidas. Los dos penetraron en el mito e indagaron en una suerte de cosmología estudiada apenas por los grandes maestros. Grave se marchó para siempre a Palma de Mallorca, en una aldea que le permitió vivir y escribir lejos del pandemonio urbano de donde provenía. Marcos junto a su amada esposa emprende un viaje a una morada(La Mucuy, Mérida) que ha permitido asentar a este nómada del conocimiento en una aldea que de igual manera será un punto de conversión, una “ zona sagrada”.

 La Mucuy Baja, Mérida 1998
 Hermes Vargas