La imagen del viaje aparece naturalmente como metáfora
organizadora cuando se intenta comprender el sentido de la obra de Jean- Marc
de Crivrieux. Este autor es antes que nada un explorador de las geografías del
mundo, de las geografías de la cultura, de la vida, cuya obra escrita, derrotero
laboral y proyecto de vida, han seguido distintos itinerarios con destinos a
veces explícitos y a veces misteriosos. Como punto de partida, hay que aceptar
que no será posible entender de forma absoluta hacia donde ha tendido el
trabajo de este investigador que ha dejado en la antropología venezolana una
huella sólida y perdurable, pero señalando, a la vez un camino solitario y sin
discípulos.
Orientado tempranamente hacia las humanidades, Jean-
Marc de Crivrieux siguió sin embargo la carrera de Geología en la Universidad Central
de Venezuela. El promisorio campo laboral de esta especialidad en un país
petrolero podría explicar este viraje con respecto a sus orientaciones
iniciales, pero una mirada detenida nos permitirá ver que este inicio en las
ciencias de la tierra apuntara hacia los destinos que su obra señalara en el
futuro. Desde esta temprana etapa desarrollo, a su vez, una obra etnohistoria y
etnológica que cuenta con mas de 25 trabajos entre libros y artículos en
publicaciones periódicas, llegando a ser incorporado en 1973 como miembro
honorario del colegio de sociólogos y antropólogos de Venezuela. Una revisión
de su obra deja ver que el viaje de conocimiento de Marc de Civrieux no es una
deriva entre saberes y campos de la realidad, sino que parece obedecer a un
objetivo final, a un diseño lógico que articula cada uno de los territorios
conocidos con el siguiente, dentro de un proyecto de organización de un cosmo
orgánico y coherente.
CRONICAS DE TOPOGRAFIAS TERRRENAS, MITICAS Y TEXTUALES
Un primer recorrido cognoscitivo que parece evidente
en su obra, de la geología a la antropología, se revela como apariencia cuando
se ve que se trata de dos viajes paralelos, y por lo tanto tendentes hacia una
confluencia en el infinito, más allá de nuestra Visio. Su aporte dentro de su
especialidad teológica el estudio de los foraminíferos fósiles, microorganismos
marinos que suelen ser indicadores de presencia de hidrocarburos en el
subsuelo, es tan bien reconocido como su labor docente. Sus discípulos lo recuerdan
como un profesor con una Visio integradora y amplio conocimiento geográfico,
parte de una generación de maestros de la geología en Venezuela. Su obra consta
de más de 20 trabajos publicados, incluyendo contribuciones extensas como los
29 artículos que forman el léxico estratigráfico de Venezuela de 1956.
Obra fundamental de referencia en su campo, más de 100
informes técnicos de paleontología y bioestratigrafías para el ministerio de
minas, y 80 para la creole petroleum corporatium, las dos instituciones donde
desarrollo su labor como geólogo hasta recalar en la universidad de oriente, en
cumana, donde se jubilaría en 1980. Comenzó tempranamente la exploración del
sur de Venezuela, y ya en 1947, junto al entomólogo Rene Lichy, viajo al
casiquiare y al río negro publicando luego, coautoria, una serie de relatos del
viaje en nueve entregas del diario El Nacional, además del texto exploración
por la regio amazónica, de 1949. Este trabajo recapitula la historia de los
viajes a la región, y relata las impresiones y observaciones geográficas y
culturales recogidas por los dos viajeros. En 1948 al cerro marahuaka por el
río cunucunuma, y comenzó su contacto, de gran significación futura, con el
pueblo ye´kuana.
Estos viajes representan los primeros pasos de una
ambición exploratoria mayor, que se concretara con la propuesta a las
autoridades nacionales de una expedición para descubrir las cabeceras del
Orinoco, en 1949. Marc de Civrieux y Rene Lichy son los precursores de la
expedición llamada Franco-Venezolana de 1951, que, organizada por el gobierno
nacional como reacción a una propuesta intrépida pero algo aficionada de un
grupo de exploradores franceses, subsumirá el proyecto inicial de Lichy y de
Crivrieux, incorporándolos a ambos a la expedición, yaku, las fuentes del
Orinoco, y el informe de Marc de Civrieux, sobre aspectos geológicos, reposa
probablemente en los archivos del ministerio de minas. De la lectura de la obra
de Lichy, y de los otros relatos de la expedición, se desprende que los dos
inseparables amigos disfrutaron y sufrieron en conjunto desde la fatiga físicas
y los rigores de la selva hasta las intrigas personales que jalonaron la
travesía. Ambos debieron regresar antes de llegar a las fuentes, Crivrieux por
enfermedad y Lichy por un impedimento físico. Dos viajes significativos
completan la lista gruesa de itinerarios geográficos de Marc de Civrieux: el
que lo llevo a Turquía (en un exilio voluntario de Venezuela), y le permitió
recorrer los lugares fundacionales de la cultura occidental en Asia menor,
entre 1961 y 1965; y un viaje a la india, donde se interno por un año en un
Ashram bajo las enseñanzas de un maestro espiritual. En algún recodo solitario
de una de estas travesías (y quizás nunca de forma consciente), ha debido,
aparecer ante el autor la claridad de una visión que marcaría toda su obra: la
certeza de que ni el pasado ni el presente cobran consistencia sin un relato
organizador, certeza que lo llevo a apostar todo su trabajo como una indagación
sobre la historia desplegada en un horizonte espacial. La pulsión hacia los
espacios abiertos del geólogo se conjugaría entonces con una decisión de
relatarlas y no solo registrarla, de devolverla al mundo vuelta sentido.
Porque incluso la obra etnográfica de Marc de Civrieux
hace historia, aunque más no sea porque Eligio trabajar con culturas extintas o
en trance de desaparición: los coaca, los cumanagotos, los chaimas. Hasta sus
trabajos etnográficos sobre los ye´kuana y los kariña pueblos que mantienen su
lengua, defienden sus territorios tradicionales, y elaboran formas de
resistencia étnico se revisan hoy como un aporte etnohistorico: buena parte de
las costumbres reseñadas por el autor han dejado de existir.
El libro El hombre silvestre ante la naturaleza, es un
trabajo descriptivo de la relación entre el hombre y su entorno natural a
través de una visión de la realidad de dos grupos de lengua caribe con los
cuales el autor trabajó: los ye´kuana y los kariña. De introducir el hábitat y
la ecología de cada uno de los dos pueblos, el autor presenta su conocimiento
astronómico, y evidencia la existencia de un saber indígena coherente y
organizado sobre el tema. Pero es la segunda mitad del libro que describe el
saber y las prácticas etnobotanicas y etnozoologicas de los dos grupos, lo que
sumerge al lector en un universo de referencias silvestres: fibras vegetales,
savias y resinas, cortezas maceradas, barbascos y espíritus animales y
vegetales con los cuales los indígena tejen su mundo, y hace aparecer el
universo intelectual y material del hombre que vive en contacto intimo con la
naturaleza agreste. El final del texto es una hermosa colección de relatos
kariña que subraya la alteridad de este universo simbólico y hace emerger las
latitudes mágicas, éticas y humorísticas de la psicología de los caribes
orientales, mostrando la forma en que el universo moral es codificado, en las
sociedades sin escritura, en relatos e historias.
Alejandro Reig
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